jueves, 7 de febrero de 2013

ÁLBUM DEL AÑO 2013: Blunderbuss: Jack White.


Líder de varios proyectos (The White Stripes, The Raconteurs, The Dead Weath) Jack White firma por primera vez en solitario con “Blunderbuss”, álbum producido y arreglado por el propio cantante y multi-instrumentista que cuenta con el apoyo de Brooke Waggoner en el piano y el órgano, Fats Kaplin en el violín, pedal steel y la mandolina, Carla Azar en percusión o, entre otros y otras, Emily Bowland en el clarinete.

Es normal que en cada edición de los Grammys, se nomine un disco sorpresa en álbum del año, y este año, pese a la inesperada nominación de "Some Nights de Fun., el verdadero spoiler fue este primer disco como solista de Jack White, que no figuraba en la mayoria de predicciones de los críticos. Veamos si este hecho valió la pena.

El disco comienza con “Missing Pieces”, medio tiempo blues rock de voz angustiada, sonidos de piano eléctrico y órgano. Un hombre se despierta, se ducha, sangra por la nariz… No tiene manos, no tiene piernas… De forma paranoica-surrealista recuerda el encuentro con una mujer que le ha privado de varios trozos de su cuerpo. Ruptura amorosa con ecos de Led Zeppelin.


Si hay algo de lo que White abusa en este disco es del piano. Un exceso que, además, resulta más sangrante en tanto en cuanto parece ocupar el privilegiado lugar que hasta entonces tenía la guitarra en la discografía del músico de Detroit. “Missing pieces” (que abre Blunderbuss) es, sin embargo, una maravillosa conjunción de ambos instrumentos; musicando una historia delirante, piano y guitarra (ojo al solo tan ZZ Top) nos llenan las arterias de blues-rock durante más de un minuto antes de finiquitar el tema. Le siguen “Sixteen saltines”, proyectil con el sello White Stripes grabado a fuego desde el primer riff, y “Freedom at 21”; ésta última, posiblemente la mejor canción del disco, con un ritmo demencial y Jack White rapeando con total descaro.
A  partir de entonces, sólo la interesante versión del clásico deRudy Toombs que hizo famoso Little Willie John, “I’m shakin’”, y el maravilloso rock cincuentero de “Trash tongue talker”, ponen algo de sentido entre el desmadre de teclas de lo que queda de disco. Algunas desastrosas (y premonitorias, como “I guess I should go to sleep”), otras salvadas por los pelos de la producción (“On and on and on”) y otras por las cuerdas de una guitarra (“Take me with you when you go”), las canciones de la segunda parte del disco no hacen sino justificar que los delirios de grandeza de White necesitan un freno (¿quizá Meg White?).

 Como viene siendo habitual en la carrera de White, su disco está por encima de la media; siendo la media un listón cada vez más viejo y triste porque todos lo pasan por arriba. La genialidad de su autor está fuera de toda sospecha, sobre todo, por culpa de un comienzo incontestable y un descuelgue igual de contundente. Inspiración y aspiración: el disco te absorbe hacia su interior con las cinco primeras canciones, pero luego te va expulsando poco a poco hasta que lo ves desde fuera como el que ve una escena corriente.

Blunderbuss nos dispara en toda la cara (no en vano la palabrita viene a significar algo así como trabuco en nuestro idioma natal) un set de trece canciones que no decepcionará a ningún amante del estilo blues rock moderno y ni mucho menos a los seguidores de Jack White en sus anteriores proyectos. Su mayor activo es esa voz tan especial y llamativa que suena a gritos de buitre – pero ¡qué bien te despiertan!-. No obstante se puede decir que a ciertas canciones del disco le falta esa portentosa fuerza que se podía disfrutar al máximo en The White Stripes, pero eso ya forma parte del pasado y solo nos queda ver cómo continúa su viaje musical sin compañía. 

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